Diario de escritura


Miércoles:
Son las cinco. Voy al teléfono fijo y marco el número de la casa de mis abuelos, contesta mi abuela, escucho su voz cansada, hoy estuvo pintando me cuenta. Hablamos de eso y nos ponemos al día.

Jueves:
Es el mediodía, estoy leyendo un apunte, suena el teléfono: es mi abuela. Me cuenta que por fin terminaron de pintar. La escucho contenta. De fondo mi abuelo grita un “¡te extraño Lu!” Charlamos unos quince minutos, el hambre me hizo ponerle fin a la llamada.

Viernes:
¡Ya son las diez! El día se me pasó muy rápido, olvidé llamar a mis abuelos...

Sábado:
Once y media me despierta el sonido del teléfono... “Lu, ¡hoy pueden salir tus hermanas a caminar!” Me recuerda mi abuela. Le agradezco el llamado y le corto rápido, sigo un poco dormida.

Domingo:
Mamá prepara un guiso de lentejas que prácticamente me obliga a llamar a mi abuelo. Contesta él, le espeto: “¡Extraño tus lentejas, abuelo!”. Escucho que se ríe y a mi abuela diciendo “llegué a escuchar lo que dijiste, ¡no me pidas que te cocine más!”. 
“Tranqui, abue, pensá que todo lo que cocinas vos es excelente, dejale tener una buena al abuelo” le digo, creo que funciona. Los despido y voy a ayudar a mi madre.

Lunes:
Son las siete, estoy leyendo en mi habitación. Suena el teléfono, contesta mamá. Creo que es mi abuelo... sí, es él, escucho decir “¿como estás pa?”. 
Vuelvo a mi lectura.

Martes:
Tengo ganas de hacer una tarta de manzana. Marco el número que sé de memoria desde los siete años, me contesta la mejor cocinera de todo el barrio de Caraza, le pido si me puede instruir en cómo preparar una de sus especialidades y mi abuela me pasa su receta. 
Luego de un poco de chusmerio terminamos la llamada y me voy a cocinar.

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